¿Hasta cuándo permitiremos que las ideas políticas definan quiénes somos y nos separen como patria? En un país como Colombia, que enfrenta desafíos relevantes como la desigualdad, la inseguridad, el desempleo y la corrupción, resulta muy inquietante que sigamos desperdiciando nuestras energías en confrontaciones que, más allá de aportar soluciones, profundizan nuestras divisiones.
En los últimos años, hemos sido testigos fieles de cómo la polarización política se ha convertido en una latente enfermedad que consume nuestra capacidad de diálogo. No importa si alguien se identifica con la izquierda, el centro o la derecha: el debate público parece haberse transformado en una guerra sin cuartel y tregua donde las ideas son armas y las palabras, balas hirientes. En este clima, no hay espacio para los matices ni para los consensos; sólo hay bandos. Y en medio de esta trinchera ideológica, se pierden las voces de quienes, desde la sinceridad y sin afiliarse a ninguna corriente, simplemente desean un país diferente.
Existen colombianos que no tienen ningún tipo de inclinación ideológica, o al menos no están atrapados en la rigidez de etiquetas políticas. Sus opiniones nacen de una percepción limpia – a veces inocente – de la realidad, de un contacto directo con los problemas cotidianos que enfrentamos como sociedad. Hablan desde el corazón, desde la vivencia, desde la más pura experiencia y muchas veces son silenciados o descalificados por no ajustarse al molde de un pensamiento u otro. ¿Qué tan lejos hemos llegado como sociedad si no somos capaces de escuchar a aquellos que no buscan imponer, sino aportar?
La polarización nos desangra. Nos ciega ante el hecho de que todos compartimos un mismo hogar: Colombia. ¿De qué sirve ganar un debate político si seguimos siendo derrotados como país? Cada vez que desacreditamos, denigramos, vituperamos y atacamos a alguien por el simple hecho de pensar diferente, alimentamos un monstruo o una bestia llena de odio y confrontación que nos aleja de las soluciones reales y uno aparta de una verdadera percepción.
Indudablemente no se puede seguir así. El verdadero cambio que tanto anhelamos no vendrá de una sola ideología ni de un único líder – que en realidad hay muchos, hablan mucho y poco hacen -. Vendrá de la unión, de la capacidad de trabajar juntos a pesar de nuestras diferencias. Porque la grandeza de una nación no se mide por la homogeneidad de su pensamiento, sino por la riqueza de su diversidad y la voluntad de encontrar puntos en común, ahí se mide con sinceridad la grandeza de una nación.
Es el momento de dejar atrás la política de odio, de careo, de confrontación y comparación. Es el momento de abrazar la unidad, no como una consigna vacía, sino como un compromiso real y profundo. Somos hijos de una misma tierra, somos colombianos y nuestro destino está intrínsecamente ligado. Lo que afecta a uno, afecta a todos.
En lugar de…