Apenas hace un mes, el tema de discusión era qué le pasaba a la gente que lo había votado, que estaba ciega al rumbo inexorable de bochorno y dolor al que estamos condenados con Milei. “Hay que darle tiempo”, en un país con el 53 por ciento de pobreza, ya era raro, muy raro. Sobre todo dicho por los que forman parte del porcentaje que, visto de cerca, es estómago vacío. “Hay que darle tiempo”, mientras los daños colaterales del presunto buen rumbo ya eran atroces, era a su vez insoportable. Y eso es lo que se rompió. El aire corre…