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La ridícula hipocresía de la indignación selectiva (www.proclamadelpacifico.com)

Alfonso J Luna Geller

 

La ridícula hipocresía de la indignación selectiva / El país entero ha sido sacudido por un escándalo que, en realidad, no debería ser tal. Luis Carlos Reyes, actual ministro de Comercio y exdirector de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (Dian), entregó a la Fiscalía un listado de personajes que, cuando ocupaba su anterior cargo, desfilaron por su oficina en busca de cuotas burocráticas en la entidad. Entre los nombres figuran congresistas de diferentes partidos, funcionarios de diversos niveles y, por supuesto, los eternos operadores del clientelismo nacional.

¡Sorpresa! Colombia ha descubierto, de repente, que el reparto de cargos en el Estado no se basa en el mérito, sino en el favor. Como si no fuera el procedimiento histórico que ha regido la administración pública desde su nacimiento como nación independiente. Ahora, la hipocresía colectiva se rasga las vestiduras, horrorizada por un sistema que ha estado tan arraigado en la cultura política como el café en las mañanas de un campesino.

Pero lo verdaderamente grotesco no es la práctica del clientelismo, sino la indignación selectiva con la que ciertos sectores reaccionan ante este «descubrimiento». La prensa tradicional, los opinadores de siempre y los guardianes de la moral política se escandalizan como si las cuotas políticas fueran una aberración propia del gobierno actual y no la norma inmutable de los últimos 200 años. Lo risible es que quienes hoy gritan «¡Corrupción!» son los mismos que en gobiernos pasados silenciaban estas prácticas o, peor aún, las justificaban como parte del «ejercicio político natural».

El caso de alias «Papá Pitufo» es solo uno de tantos ejemplos de cómo el clientelismo ha permeado todas las estructuras del Estado. Desde el control de los puertos hasta los organismos de fiscalización, la lógica de la lealtad política ha sido el criterio predominante para la designación de funcionarios. Y este no es un fenómeno exclusivo de un gobierno, sino una constante de la historia republicana.

Lo que este episodio nos deja claro es que la corrupción no es solo un problema de individuos o partidos, sino una estructura que ha sido perfeccionada con los años. En Colombia, el acceso a un empleo público no depende del mérito ni de los concursos de carrera administrativa, sino del visto bueno del jefe político de turno. No importa si son cargos de libre nombramiento, de carrera o temporales: la recomendación del padrino es el pasaporte real al poder.

La simulación es total. La misma clase política que se beneficia del clientelismo lo condena con discursos encendidos cada vez que les resulta conveniente. La indignación selectiva que hoy vemos no es más que una comedia mal actuada. Aquellos que hoy claman escandalizados son los mismos que, en privado, han perpetuado este sistema. La falsedad de sus reacciones es tan evidente como el aire que respiramos.

Y mientras algunos columnistas, cegados por el odio hacia el…

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