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… más viejo, más tranquilo y canoso. (es.wikipedia.org)

… más viejo, más tranquilo y canoso.
… más viejo, más tranquilo y canoso.
Por: Guido Germán Hurtado Vera
Historiador y Politólogo.

Estudié la primaria, la secundaria y la universidad en el sistema público de educación. Mis maestros me exigieron sin pausa. Me obligaron a estudiar.

En ese tiempo ni Piaget ni Vigotski ni Maturana ni el constructivismo ni la psicología moderna habían llegado ni a mi escuela ni a mi colegio. Eran los tiempos de la letra con sangre entra.

La escuela y el colegio de mi pueblo no se regían por los criterios del respeto a la particularidad de los estudiantes. Era lo mismo para todos, el que no se ajustaba a las normas se quedaba atrás. La universidad no fue la excepción.

Aprendí, sí, a leer, a escribir y a pensar. Y a pesar de los pesares y la angustia que esa pedagogía me produjo, me formé como ciudadano, profesional y demócrata.

Mis años de educación fueron épocas de agitación política. El mundo vivía las turbaciones de la Guerra Fría. No fui un estudiante revoltoso ni militante. Solo años de sueños rebeldes.

Los acercamientos a la historia, la literatura, al arte, la economía, la filosofía y la biología, entre algunas disciplinas, me convencieron de la necesidad de luchar por un mundo más justo y equitativo.

Mis compañeros de universidad me decían que aunque escribiera con la derecha políticamente pensaba con la zurda. Tenían razón.

Insisto, fueron años de efervescencia política. Pero el estudio de algunos de los hechos históricos de la época fue sacudiendo mis buenos propósitos y mis deseos de justicia.

Los autoritarismos, las guerras en el Medio Oriente y África, las dictaduras en América Latina, el Apartheid en Sudáfrica, entre otras, hicieron que mi ideal de mundo justo y en paz se fuera disipando.

En 1984 siendo estudiante de Historia en la Universidad del Valle, leí a

, una intelectual que me ayudó a resistir mi desencanto. Su libro “Orígenes del totalitarismo”, fue un pilar fundamental para no sucumbir del todo.

Estudiando a Arendt, encontré que nazismo y comunismo eran mucho más parecidos de lo que se podía creer.

En ambas ideologías se configuraban los mismos aspectos tiránicos: censura, persecución a la oposición, eliminación de los derechos fundamentales, detenciones ilegales, secuestros y asesinatos, juicios rápidos y condenas sin reclamo y criminalización de la protesta. La lista es eterna.

Nazismo y comunismo perdieron para mí por completo su significado. Como mellizos diabólicos en una película de terror, elevaron discursos que parecían contrarios pero que ejercían iguales despotismos.

Tiempo después en 1992 en mis estudios de maestría en Ciencia Política, en la Universidad Javeriana, conocí a profesores y autores que me ayudaron a afinar el concepto de un mundo más justo y equitativo.

Esas lecturas y conversaciones me echaron una mano para superar la nostalgia. Para dejar de creer en etiquetas…

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