La pregunta siempre es quiénes somos en conjunto, más allá de quienes seamos por separado. Qué prevalece, porque no somos algo homogéneo, como ninguna sociedad. Es el fascismo el que quiere homogeneidad. Lo popular es diverso.
Cuando entramos en lapsus colectivos de certidumbre, cuando algo del orden público es realmente inconcebible, la pregunta es siempre quiénes somos. Porque esas cosas no suceden de pronto. Ni son accidentes. Y hay alguien, o un sector, que lleva a cabo algo atroz, pero como dijo Primo Levi, el nazismo (tómese aquí como el horror) no empezó en las cámaras de gas, sino en la complacencia y en la indiferencia de la mayoría, de la gente de bien.
Lo que sobrevino esta semana, este escándalo que los dejó en paños menores, de una vulgaridad y una desfachatez apabullante, fue votado. No explícitamente, pero fue votado.
No dijo en campaña que iba a cobrar coimas ni a promover estafas, pero dudo que sus votantes lo objetaran si lo decía. Proponía vender órganos, hablaba de la libertad de morirse, y sus diputados proponían vender niños.
Milei es la punta del iceberg de una sociedad en disolución, incluidas sus instituciones, por un enfrentamiento preexistente pero manipulado hasta la exasperación por los nuevos esperpentos tecno. Estamos ante el gobierno más chorro de la historia ¿Les preocupa a los que lo votaron que sea un estafador, si ganó como paladín de la evasión fiscal? En todo caso este paso en falso que provocó una caída abrupta en su imagen digital, es la compuerta que se abre para dejarles admitir a los ex fascinados, la otra estafa, el otro abuso, esa falsa promesa de este falso profeta: no hay luz al final del túnel. Hay solo túnel y túnel, como en su mente.
También hubo un extraño alivio, porque que era un incapaz ya lo sabíamos, pero respiramos mejor cuando lo que ya sabemos y siempre estuvo oculto, sale a flote. Ver impune in fraganti a J. Viale, que ha colaborado con la cancelación de muchos periodistas que a diferencia de él hacían periodismo, alivia. Hemos tragado bilis muchos años viéndolo arrastrarse. El relato libertario está desangelado.
Esa pregunta, quiénes somos, se hicieron los alemanes cuando tras el fin de la guerra quedó expuesto qué era lo que habían defendido. Y fue un trauma. No fue una pregunta sencilla. Fue lacerante. Es imposible ponerse en el lugar de alguien que se pregunta quién es, parado frente a una fosa común de cadáveres que habían sido personas con las que habían convivido en paz.
Ahora, ochenta años después, hablamos de muertes reales y muertes virtuales. Todavía hace falta quemar libros (Orwell) pero si gobiernan a una generación, ya no habrá nadie interesado en leerlos (Huxley).
El mundo se pregunta por qué la Argentina, un país que siempre tuvo un plus de inteligencia organizada y de justicia social en una región injusta, votó a alguien como Milei. Salteándonos todos los tópicos ya tocados y agotados, hay otros…