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El centenario de Guadalupe Salcedo

Guadalupe Salcedo nació en 1924 y fue asesinado el 6 de junio de 1957, cuatro años después de firmar la paz con el general Rojas Pinilla. Nada distinto de lo que pasa hoy: han matado a 418 excombatientes desde 2016, año en que las FARC hicieron las paces. Relato.

Cura de Reposo

Esta posficción se escribió hurgando en el desván del tiempo la génesis de las guerrillas liberales del Llano que lucharon contra gobiernos conservadores.
Narremos la brutalidad de la guerra para que la Historia juzgue a los que, pudiendo, no hicieron lo debido para evitarla.

El cielo había llorado en esta ciudad desde que tengo memoria y ahora lloraba de nostalgia por los tiempos idos, porque los tiempos idos solo significan una de dos cosas: los muertos que ya nadie recuerda y los muertos que se resisten a quedar arrumados en el cuarto de San Alejo de la Memoria… como el negro Guadalupe Salcedo, “cuya imagen de bandolero romántico –así dicho por Gabo- había tocado a fondo el corazón de los colombianos castigados por la violencia oficial”.

Tenía la edad de Cristo cuando lo mataron. Hubo muchas teorías, pero al final eso quedó así: otro crimen tapado con la cobija de la impunidad, que de esas se fabrican muchas por estas tierras. Me lo contó el abuelo, que era un niño entonces en su Llano en llamas. Tras arrejuntarse con la abuela, huyeron con muchos hijos, con pocos chiros y sin trastes, porque ya no tenían de qué vivir, pero sí de qué morir. Por eso nací en Bogotá. Empezaron con lo poco que les cupo en un baúl.

Y ahí estaba yo, en el número 4 – 14 de la Calle 11, muriéndome de melancolía, anhelando un pocillo de agua de panela que queme el guargüero, con un limón completo, para ahuyentar el frío y de paso esta gripa de mocos. ¡O un aguardiente doble, qué carajos!

—Entre o se va a tullir, me dijo la vigilante.

Entré, porque aprendí a hacer caso. El calorcito humano del lugar se sentía como un refugio seguro contra la amnesia colectiva. Paraguas e impermeables amenazaban estropear los libros. La gente mostró el hambre con otro tipo de apetito. Querían saber qué fue de la vida de Guadalupe Salcedo.

Imperturbable, una muchacha -en sus veinte digo yo-, con pañolón de colores, falda florida y cabello sin recoger, estaba metida de cabeza en un libro con tapa de cuero rojo.

La gente siguió llegando. Entró un cura resfriado con un crucifijo en la mano y, detrás de él, un taxista que, agitado, dijo tener velas en ese entierro, y detrás del taxista, un pintor con caballete, y detrás de éste aparecieron una viuda y una viudita, de luto hasta el velo, que lloraban con ganas desde los años cincuenta.Adentro, un tipo maleducado quiso encender un…

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